Andrés Calamaro: leyenda viva del rock

A veces, durante el fragor de los conciertos, las facultades evocadoras invitan a realizar una gestión asaz retroactiva. Anoche, durante el sublime concierto que ofreció Andrés Calamaro en Fibes enmarcado dentro de su gira «Cargar la suerte», fue una de esas ocasiones. Manes del rock como Bob Dylan, Lou Reed, Ian Gillan, Pepe Risi, Silvio Fernández Melgarejo o Miguel Abuelo han sido más que generosos a la hora de dotar a este artista de prodigiosas cualidades para triunfar en su desempeño: sensibilidad musical, dominio técnico y del escenario (tempo) excepcional, autenticidad, temperamento, honestidad y carisma.

Es por ello por lo que lleva casi treinta años en la cima de la aristocracia de este género maldito (querido, respetado y admirado por sus pares) y lo que explica que el argentino sea un músico de creatividad torrencial al que muchos admiramos sin reservas.

El Salmón arrancó el show interpretando «Right place wrong time» (más tarde, durante la presentación de la banda, volvió a recurrir al mismo tema), un guiño a Dr. John, el «más sevillano de los músicos de Estados Unidos», fallecido esta semana a los 77 años. Su repertorio propio lo estrenó al ritmo eléctrico de «Alta Suciedad» y «Verdades afiladas» y la oscura «Clonazepán y circo», una canción cuyos fraseos avalan por sí solos los argumentos que le consignan desde el siglo pasado como franquicia hispana de Bob Dylan.

Luego saludaría al público explicando que la cita en tierras hispalenses era «la más exigente de toda la gira» porque iban a tocar en «la capital del mundo del arte y el duende». En este sentido se acordó de Morante de La Puebla, de Silvio y Sacramento y de Jesús Quintero, a quien echó de menos en la televisión.

Menos locuaz que en citas precedentes de esta gira, a lo largo de las casi dos horas y media que duró el concierto Calamaro despachó —desde el teclado— 25 canciones como 25 soles en las que irradió gracia, ritmo, sentido y emoción, y con las que, en definitiva, dejó constancia de ser poseedor de un mundo melódico propio que ha servido de referente para infinidad de grupos y artistas pertenecientes a generaciones posteriores a uno y otro lado del charco.

Entre ellas sonaron himnos como «La parte de adelante», «Las oportunidades», «Tuyo siempre», «Los Aviones» (con una brillante intro de «Esa estrella era mi lujo» de los argentinos Redonditos de Ricota), «Crímenes perfectos», «Flaca», «Estadio Azteca» y «Paloma», todas ellas coreadas con pasión por un público completamente entregado a la causa de «el Salmón» y al que el propio artista respondió saludando desde el tercio como si de la Maestranza se tratara.

Muchas de las arriba mencionadas fueron concebidas en el siglo pasado, y ahora, décadas después de ver la luz, siguen impregnando de emoción a los presentes cuando suenan en directo gracias a su capacidad para conmover al atemporal oyente sensible, hasta el punto de convertirlas en clásicos —siempre atendiendo a aquellos cánones de Juan Ramón en los que descifraba dicho concepto como «todo aquello que habiendo sido exacto a su tiempo, trasciende, perdura», ¡y vaya si perduran!—.

Exactamente el mismo efecto provocaron «A los ojos», «Milonga del marinero y el capitán» y «Me estás atrapando otra vez», con la que cerró el concierto. Tres canciones de su etapa al frente de Los Rodríguez, aquella bocanada de aire fresco que llegó a España desde Argentina a principios de los noventa que lejos de amainar, sigue sumando adeptos a pesar del tiempo transcurrido (más de un millón de oyentes mensuales en Spotify).

 

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